El mito de la meritocracia

Por qué las políticas públicas son necesarias para combatir la desigualdad de género

Crecemos con la idea de que, si te esfuerzas, puedes conseguir lo que te propongas. Si alguien no logra conseguir algo, es porque no ha trabajado lo suficiente. ¿Es esto verdad? ¿Existe la mal llamada meritocracia en nuestro actual sistema social?

La meritocracia, o la creencia de que cada persona recibe lo que se merece es falsa.  Esto es debido a que no vivimos en un estado de igualdad, no tenemos las mismas oportunidades, y vivimos en una sociedad donde es determinante donde o cómo naces.

Esto es evidente cuando una persona nace mujer. En Europa, las mujeres cobran de media menos que los hombres. Según el estatuto de trabajadores, es ilegal pagar a dos personas que desempeñan la misma función un salario distinto. Sin embargo, las principales causas de la brecha salarial son debidas a la discriminación indirecta. Esta discriminación indirecta se asocia a una mayor precariedad laboral, a la falta de acceso de la mujer a puestos de responsabilidad, o a la dificultad de conciliación entre la vida familiar y laboral.

Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa.

Simone de Beauvoir

Esta situación ha empeorado en el año 2020, donde la mujer ha sido la gran perdedora durante la alerta sanitaria. En España, según el último estudio del INE (2020), la brecha salarial ha aumentado en 2020 hasta el 20,3%, en comparación con el 15,1% de 2018. Esto se debe, entre otras causas, a que las mujeres han dedicado mayor tiempo que los hombres a la responsabilidad de los cuidados familiares “extra”, como el cuidado de los niños tras el cierre de los colegios, las tareas del hogar y el cuidado de personas enfermas o dependientes.

Las mujeres han dedicado de media 2 horas más diarias al trabajo familiar durante la pandemia.

Así, aunque las mujeres tengan una contribución a la sociedad igual que la de los hombres, no tienen las mismas oportunidades que ellos. Al tratarse de un problema estructural, no se puede abordar a través de una solución individual. No se puede caer en la idea de que lo único que necesita la mujer para conseguir lo mismo que el hombre es esfuerzo.

Cuando hay desigualdad, hay políticas desiguales. Cuando hay desigualdad, la meritocracia no es posible.  Por ello, es importante comprender que existe una estructura social injusta, y la forma eficaz de combatirla es a través de la política. En las últimas décadas, ha habido políticas que han ayudado a la igualdad de género: el voto femenino, el derecho al empleo, el derecho al aborto, o la ampliación del derecho de paternidad. Además, desde organizaciones sindicales se intenta promover nuevas políticas que rompan la brecha salarial y luchen contra la discriminación indirecta. Entre ellas, está la protección social, la flexibilidad de horarios para la conciliación laboral y familiar, y la promoción del acceso de la mujer a puestos de liderazgo.

Las políticas públicas nunca pueden ir solas.  Es clave que vayan acompañadas por la educación, por el compromiso social y por el sector privado. Dentro de un modelo democrático, son las políticas públicas las más eficaces para combatir la desigualdad.

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